jueves, 24 de mayo de 2012

No sólo escribir, sino cómo escribir

Cada escritor tiene su estilo, es decir, una forma de expresión que lo distingue y sirve como estampa de su personalidad. Así como distinguimos a nuestros amigos por su forma de reír, caminar o hablar, el estilo literario nos permite identificar las obras con sus autores por la manera en que están escritas.


Según Mario Vargas LLosa ""El estilo es ingrediente esencial, aunque no el único, de la forma novelesca. Las novelas están hechas de palabras, de modo que la manera como un novelista elige y organiza el lenguaje es un factor decisivo para que sus historias tengan o carezcan de poder de persuasión. Ahora bien, el lenguaje novelesco no puede ser disociado de aquello que la novela relata, el tema que se encarna en palabras, porque la única manera de saber si el novelista tiene éxito o fracasa en su empresa narrativa es averiguando si, gracias a su escritura, la ficción vive, se emancipa de su creador y de la realidad real y se impone al lector como una realidad soberana"(*).

 
¿Cuál nos distingue a nosotros? Una clasificación realizada por ABCdigital.

El estilo sobrio: Rechaza todo tipo de recursos literarios que sirven sólo como ornamentación y se limita a exponer los conceptos de forma directa y clara. Este estilo es muy frecuente en las obras de carácter didáctico.

El estilo sencillo: Similar al estilo sobrio, el sencillo busca la claridad ante que complicaciones. Admite los adornos y los elementos poéticos, pero rechaza las exageraciones y los recursos rebuscados.

El estilo elegante: Se caracteriza por otorgar colorido a la obra. Abunda en adornos literarios, en figuras poéticas, en la armonía, etc., pero cuidando el equilibrio de los adornos poéticos.

El estilo florido: Empleo recargado de las imágenes, metáforas y otros recursos poéticos para dar una impresión de vivacidad a la obra y hacerla atractiva, aunque la comprensión exija mayor esfuerzo por parte del receptor.

 El estilo sublime: La excelencia de los pensamientos, la belleza de las imágenes y el buen empleo de los recursos literarios hacen que el estilo sublime tenga un poder extraordinario que arrebata al lector u oyente.

 El estilo jocoso y humorista: El estilo jocoso utiliza los recursos literarios para otorgar un carácter cómico a las producciones. Su finalidad es hacer reír.

 El estilo cortado: El nerviosismo es la nota característica del estilo cortado. Está elaborado con oraciones muy breves y no admite adornos ni rodeos innecesarios. Expresa el pensamiento en forma rápida y pasa de unos pensamientos a otros con rapidez.

 El estilo vivo: Como su nombre dice, es el estilo que comunica vivacidad, animación y alegría. Es divertido y busca recrear al lector pero sin ser jocoso.

 El estilo enérgico: La fuerza y el vigor de la expresión se destacan en el estilo enérgico. Cada oración y cada pensamiento parece que fuese una frase esculpida en una lápida y para la cual no se admitiría ninguna objeción.

 El estilo vehemente: Concede un predominio al impulso de la pasión e incluso de la violencia. Las palabras y las ideas reflejan ese impulso y se precipitan unas tras otras.

El estilo dramático: Al impulso y a la pasión del estilo vehemente, el dramático añade un concepto de oposición entre varias cosas para mantener una actitud de lucha que hace resaltar la idea central.




(*) Fragmento de  "Cartas a un joven novelista", Ariel/Planeta, p. 39.



lunes, 14 de mayo de 2012

¿Por qué escribimos?

Para entender. Para amar. Para que nos quieran. Para saber. Por necesidad. Por dinero. Por costumbre. Para vivir otras vidas y revivir la propia. Para dar testimonio. Estas son las respuestas de algunos escritores.


Cuando le preguntaron a Umberto Eco porqué escribía simplemente dijo: “Porque me gusta”. Y Carlos Fuentes respondió con una pregunta: “¿Por qué respiro?”. En cambio, Rosa Montero y Mario Vargas Llosa dieron otras respuestas.


Rosa Montero: “Escribo porque no puedo detener el constante torbellino de imágenes que me cruza la cabeza, y algunas de esas imágenes me emocionan tanto que siento la imperiosa necesidad de compartirlas. Escribo para tener algo en qué pensar cuando, en la soledad tenebrosa de la duermevela, por la noche, en la cama, antes de dormir, me asaltan los miedos y las angustias. Escribo porque mientras lo hago estoy tan llena de vida que mi muerte no existe: mientras escribo, soy intocable y eterna. Y, sobre todo, escribo para intentar otorgar al Mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen”.

Mario Vargas Llosa “Escribo porque aprendí a leer de niño y la lectura me produjo tanto placer, me hizo vivir experiencias tan ricas, transformó mi vida de una manera tan maravillosa que supongo que mi vocación literaria fue como una transpiración, un desprendimiento de esa enorme felicidad que me daba la lectura. En cierta forma la escritura ha sido como el reverso o el complemento indispensable de esa lectura, que para mí sigue siendo la experiencia máxima, la más enriquecedora, la que más me ayuda a enfrentar cualquier tipo de adversidad o frustración. Por otra parte, escribir, que al principio es una actividad que incorporas a tu vida con otros, con el ejercicio se va convirtiendo en tu manera de vivir, en la actividad central, la que organiza absolutamente tu vida. La famosa frase de Flaubert que siempre cito: "Escribir es una manera de vivir". En mi caso ha sido exactamente eso. Se ha convertido en el centro de todo lo que yo hago, de tal manera que no concebiría una vida sin la escritura y, por supuesto, sin su complemento indispensable, la lectura”. Manuel Vicent: “Si esta pregunta se me hubiera formulado hace muchos años, cuando empecé a escribir, mi respuesta habría sido más romántica, más literaria, más estúpida. Probablemente habría contestado que escribía para crear un mundo a mi imagen, para poder leer el libro que no encontraba en mi biblioteca, para no suicidarme, para enamorar a una niña, para influir en la sociedad o tal vez cínicamente porque no servía para nada más, ni siquiera para arreglar un enchufe. Sin olvidar lo que este oficio tiene de vanidad y de narcisismo, a estas alturas de la profesión creo que escribo porque es un trabajo que me gusta, que unas veces me sale bien y otras mal, pero en cualquier caso la literatura ya forma parte de un mismo impulso vital que me sirve para sentirme a gusto todavía en este mundo, sin que espere gran cosa de su resultado”. Andrés Neuman “Escribo porque de niño sentí que la escritura era una forma de curiosidad e ignorancia. Escribo porque la infancia es una actitud. Escribo porque no sé, y no sé por qué escribo. Escribo porque sólo así puedo pensar.


Fragmentos de una nota de Jesús Ruiz Mantilla, publicada en diario EL PAIS, el viernes 21 de enero de 2011.

La esencia desnuda de un escritor

Según Alina Diaconú, la naturaleza de la escritura es tan misteriosa que ni sus propios creadores la pueden explicar, aunque algunos la tomen como un oficio o una profesión. Durante un tiempo  se dedicó a anotar pensamientos que los propios escritores han tenido o tienen acerca de sí mismos, y es interesante observar cómo prácticamente todos manifiestan cosas interesantes, pero que no terminan de esclarecer la magnitud y la complejidad del tema. Algunos testimonios.


Flaubert decía, no desprovisto de cierta pomposidad, que "los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un diseño premeditado y añadiendo grandes bloques uno sobre el otro, a fuerza de riñones, tiempo y sudor". Un libro sería una obra monumental, la culminación de arduos proyectos, esfuerzos y búsqueda de trascendencia.
Hemingway creía que de todas las cosas tal y como existen, de todas las cosas que uno sabe y de todo lo que puede saber, se hace algo a través de la invención, "algo que no es una representación sino una cosa totalmente nueva, más real que cualquier otra cosa verdadera y viva, y uno le da vida, y si se hace lo suficientemente bien, se le da inmortalidad". Hemingway se refería al mundo ficcional, claro, y veía en el autor a una especie de Dios creador de un universo más auténtico que el real y, según sus palabras, inmortal también. Entre nosotros, Sabato tenía esa misma idea de que uno escribía "para eternizar algo: un amor, un acto de heroísmo, un éxtasis" (Abaddón, el exterminador).
Para Graham Greene, la escritura era una forma de terapia, así nos lo hizo saber: "A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, los que no componen música o pintan para escapar de la locura, la melancolía, del terror inherente a la condición humana". La literatura, en ese caso, sería un remedio contra la desdicha, ¿pero lo es o lo ha sido realmente? ¡Cuánto sufrimiento se ha visto en la vida de los escritores, tanto que hasta algunos han llegado al suicidio!
Roa Bastos le daba a su tarea un carácter dramático y ciertamente un rol terapéutico a la vocación: "Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo a la vida". Recuerdo, a propósito, a Severo Sarduy quien confesaba, sin tapujos, que le temía a todo y que por eso escribía. John Updike tenía, en cambio, una idea mucho más positiva: "La vida es demasiado corta para ser infeliz", expresó una vez.
Marguerite Yourcenar, como gran escritora dedicada sobremanera a transmutar su propia existencia en las novelas históricas, respondió en un reportaje: "Un escritor es aquel que pone en el papel todo acontecimiento que le sucede". En esas palabras también aparece el elemento catártico de la literatura.


Link de la Nota completa: http://www.lanacion.com.ar/1456623-la-esencia-desnuda-de-un-escritor