lunes, 28 de diciembre de 2009

Jorge Luis Borges dicta su vida en inglés a un traductor...

Fragmento de An autobiographical essay.

"Dos amigas muy queridas, Esther Zemborain de Torres y Victoria Ocampo, concibieron la posibilidad de que se me nombrara director de la Biblioteca Nacional. Pensé que era un disparate: esperaba como mucho que me dieran la dirección de una pequeña biblioteca de barrio, preferentemente por el sur de la ciudad. En el curso de un día firmaron una petición la revista “Sur” (léase Victoria Ocampo), la reabierta S.A.D.E. (léase Carlos Alberto Erro), la Sociedad Argentina de Cultura Inglesa (léase Carlos del Campillo) y el Colegio Libre de Estudios Superiores (léase Luis Reissig). El documento llegó al despacho del ministro de Educación y terminé siendo nombrado por el general Eduardo Lonardi, que era el Presidente provisional.
Unos días antes, de noche, mi madre y yo habíamos caminado hasta la Biblioteca para mirar el edificio, pero por superstición no quise entrar. “No hasta que consiga el trabajo”, dije. Esa misma semana me llamaron para que tomara posesión del cargo. Mi familia estuvo presente en la ceremonia y pronuncié un discurso para los empleados, diciéndoles que de verdad yo era el Director, el increíble Director. Al mismo tiempo, José Edmundo Clemente, que unos años antes había logrado convencer a Emecé de que publicara una edición de mis obras, se convirtió en subdirector. Desde luego que me sentía muy importante, pero durante los tres meses siguientes no cobramos el sueldo. No creo que mi predecesor, un peronista, haya sido siquiera despedido de manera oficial. Sencillamente no volvió por la Biblioteca. Me designaron en el cargo, pero nunca se ocuparon de echar al que lo había ocupado antes.
Al año siguiente recibí una nueva satisfacción, al ser designado en la cátedra de Literatura inglesa y norteamericana de la Universidad de Buenos Aires. Otros candidatos habían enviado minuciosos informes de sus traducciones, artículos, conferencias y demás logros. Yo me limité a la siguiente declaración: Sin darme cuenta me estuve preparando para este puesto toda mi vida. Esa sencilla propuesta surtió efecto. Me contrataron y pasé doce años felices en la Universidad".


Este relato en primera persona pertenece a Jorge Luis Borges, pero las palabras no son exactamente las de él. En 1970, le dictó en inglés su autobiografía a Norman Thomas di Giovanni (su traductor). An autobiographical essay, y su traducción al castellano aparecida en 1998, es muy borgeano: un escritor argentino dicta su vida en inglés a un traductor. Lo que el traductor escribe debe, a su vez, ser traducido a la lengua del escritor. El traductor del traductor es Marcial Souto.



miércoles, 23 de diciembre de 2009

"Anotaciones para una autobiografía", de Olga Orozco

Fragmento de Relámpagos de lo invisible.

"Con sol en Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, nací en Toay (La Pampa), y salí sollozando al encuentro de temibles cuadraturas y ansiadas conjunciones que aún ignoraba. (...) Toay es un lugar de médanos andariegos, de cardos errantes, de mendigas con collares de abalorios, de profetas viajeros y casas que desatan sus amarras y se dejan llevar, a la deriva, por el viento alucinado. (...) Desde muy pequeña me acosaron las gitanas, los emisarios de otros mundos que dejaban mensajes cifrados debajo de mi almohada, el basilisco, las fiebres persistentes y los ladrones de niños, que a veces llegaban sin haberse ido. Fui creciendo despacio, con gran prolijidad, casi con esmero, y alcancé las fantásticas dimensiones que actualmente me impiden salir de mi propia jaula. Me alimenté con triángulos rectángulos, bebí estoicamente el aceite hirviendo de las invasiones inglesas, devoré animales mitológicos y me bañe varias veces en el mismo río. Esta última obstinación me lanzó a una fe sin fronteras. (...) No tengo descendientes. Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros la tatuaron. Mi heredad son algunas posesiones subterráneas que desembocan en las nubes. Circulo por ellas en berlina con algún abuelo enmascarado entre manadas de caballos blancos y paisajes giratorios como biombos. Algunas veces un tren atraviesa mi cuarto y debo levantarme a deshoras para dejarlo pasar. En la última ventanilla está mi madre y me arroja un ramito de nomeolvides. ¿Qué más puedo decir? Creo en Dios, en el amor, en la amistad. Me aterran las esponjas que absorben el sol, el misterioso páncreas y el insecto perverso. Mis amigos me temen porque creen que adivino el porvenir. A veces me visitan gentes que no conozco y que me reconocen de otra vida anterior. ¿Qué más puedo decir? ¿Que soy rica, rica con la riqueza del carbón dispuesto a arder? ".


Nada hay más indefenso que la dicha
Fragmento de la entrevista de Marco Antonio Campos a Olga Orozco, publicada en el diario La Jornada, (31 de enero de 1999).

—Usted ha dicho que, pese a todo, contra todo, el amor es lo más grande en la tierra. En sus "Anotaciones para una autobiografía" dejó escrito: "Creo en Dios, en el amor, en la amistad".
—No sólo el amor pasión sino el amor en todas sus manifestaciones: el amor religioso, el amor amistoso, el amor filial, el amor a los objetos, el amor a los animales...


—En buena parte de su poesía parece estar usted vestida de angustia, perseguida por fantasmas, acosada por sombras, con un pie en el despeñadero. Un mundo de lenta pero segura destrucción.
—Pero siempre hay una última salvación que es esperanzada. No la esperanza en sí misma necesariamente, pero sí, al final, una esperanza religiosa. Cuando yo era muy chica mi abuela me enseñó que en el fondo de todo hay un jardín. En ese jardín de mi infancia que ella me creó he sido muy feliz. Porque yo era una criatura muy tímida, medrosa y llena de inquietudes. Además, como los mayores no podían contestarme de un modo satisfactorio las preguntas que les formulaba porque eran muy complejas y no tenían verdadera respuesta, las inquietudes iban en aumento. Entonces empecé a respondérmelas yo misma y creo que todo eso, de ese jardín y esas preguntas, nació mi poesía.



martes, 22 de diciembre de 2009

La vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas

Fragmento de una entrevista realizada al escritor por Hugo Guerrero Marthineitz.

H.G.M.: - ¿A qué atribuye usted que un escritor como el mexicano Juan José Arriola no tenga la trascendencia que merece?

J.C.: -Bueno, por un lado se me ocurre que puede deberse al hecho de que él no ha escrito novelas. Usted sabe que la novela es realmente el gran medio de comunicación y de conocimiento literario, a pesar de que América latina es un continente de cuentistas, para mi gran alegría. En América latina se escriben y se leen muchos cuentos; pero de todas maneras, el lector en general y el editor también, tienen una preferencia intuitiva por la novela, por embarcarse así en un viaje más largo que el pequeño crucero por el Delta que le da un cuento.


H.G.M.: -¿Por eso se embarcó usted en una novela larga?

J.C.: -No, yo me embarqué el día que sentí la necesidad de hacer un viaje largo. Usted sabe que el problema del fondo y la forma es absolutamente falso; simplemente hay ciertos temas que no se pueden tratar como cuentos, sino que exigen un desarrollo novelístico. Cuando se quiere ahondar en ciertos personajes o mostrar sucesivas etapas en una situación dada, el cuento no sirve. El cuento es una esfera, es una cosa que se define rápidamente y cuya perfección está precisamente en su brevedad. Esto es útil para volver a Juan José Arriola: el hecho de que no haya escrito novelas lo ha colocado en una situación que no diré marginal, pero reservada a muy pocos que se interesan por los cuentos; y esto lo ha separado un poco del gran público. Yo usaría la palabra injusticia, porque es una gran injusticia lo que pasa con Arriola. Yo diría, sin ir tan lejos, sin ir a México, que aquí en el Río de la Plata tenemos un ejemplo similar y es el caso del uruguayo Felisberto Hernández. Felisberto es un gran desconocido todavía. Me pregunto si en el Uruguay -salvo los llamados intelectuales-el público conoce a Felisberto, un cuentista genial y, como Arriola, un hombre de una modestia infinita. ¿Sabe que se ganaba la vida tocando el piano en los cafés, y le importaba un bledo el prestigio literario? Escribía sus cuentos (algunos han llegado a nosotros porque se los había pasado a un amigo en manuscrito) y luego quedaban olvidados en un cajón. Bueno, Felisberto tampoco escribió una novela; escribió algunos cuentos largos pero ninguna novela; si la hubiese escrito sería mucho más famoso. Creo que la explicación está en eso.


Fragmento de la entrevista realizada por Hugo Guerrero Marthineitz, en Buenos Aires. Difundida en el programa El show del minuto, en radio Continental y más tarde publicada en la revista Siete Días, Bs. As., 1973.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Los límites entre la inspiración y la copia

Acusan a McEwan de plagiar a una escritora de novelas rosas. El autor inglés dice que Lucilla Andrews sólo fue fuente de su libro Expiación

LONDRES.– La escena: un hospital londinense durante la Segunda Guerra Mundial. El personaje: una enfermera que “rocía la sarna con genciana” y a quien se le ordena que se lave la sangre de la cara para no alterar a los pacientes. ¿La inspiración? Bien, allí es donde empieza la disputa.
En un embrollo literario, Ian McEwan, uno de los escritores británicos más famosos y premiados, ha sido acusado en algunos artículos periodísticos de copiar oraciones y párrafos de su novela bestseller, Expiación, de 2001, de un libro de memorias que publicó, en 1977, Lucilla Andrews, una ex enfermera y aclamada escritora de novelas románticas.
La disputa coincide con el rodaje de una versión fílmica de Expiación, protagonizada por Keira Knightley.
El libro de memorias, No Time for Romance, está agotado, y Lucilla Andrews murió el mes pasado, a los 86 años. Pero la deuda de McEwan con su libro ya había sido reconocida en una breve nota al final de Expiación, que menciona a la autobiografía de Andrews entre varias obras más.
McEwan dijo anteayer que nunca había pretendido ocultar el hecho de que había usado el libro de Andrews en su investigación. Entonces, el punto era si la estrecha semejanza entre algunas oraciones y párrafos debía considerarse copia –una acusación lanzada ya una vez contra McEwan, con su primera novela El jardín de cemento, de 1978–, o una suerte de investigación. Y si el material había sido tomado prestado, ¿qué gravedad revestía ese delito?
La acusación es la última polémica por supuesto plagio que agita al mundo editorial. En marzo pasado, los tribunales absolvieron al estadounidense Dan Brown, que había sido acusado por dos historiadores de haber copiado sus textos en su éxito de ventas El Código Da Vinci.

Por Alan Cowell de The New York Times
Fragmento del artículo publicado en el diario La Nación (29 de noviembre de 2006)

Traducción: Mirta Rosenberg

jueves, 17 de diciembre de 2009

“En el acto de escribir alcanzo el sueño más secreto, aquel que no recuerdo al despertar”, Clarice Lispector



RECUERDOS...
"Nací para amar a los demás, nací para escribir y para criar a mis hijos. Amar a los demás es tan vasto que incluye incluso perdón para mí misma, con lo que sobra. Amar a los demás es la única salvación individual que conozco: nadie estará perdido si da amor y a veces recibe amor a cambio".
La obra de Clarice está teñida por distintas influencias culturales, su escritura rompe con muchos de los esquemas de la tradición literaria y de los grandes escritores modernos en lengua castellana y portuguesa. Su narrativa se distingue porque:
- crea estructuras narrativas muy complejas a partir de anécdotas muy simples,
- sus personajes hablan consigo mismos y analizan el mundo que los rodea. Más que la historia del hoy o del ayer de sus personajes, narra la historia de sus almas,
- reflexiona sobre la condición humana, y las grandes preguntas en torno al hombre, la libertad, el amor, el mundo, Dios, el espíritu... son reflexiones profundas, claras, accesibles, de una belleza e intensidad poco comunes.

martes, 15 de diciembre de 2009

La mujer pintada... escribe.

Observé con despreocupación que el valor de las obras de arte plástico tendría que estimarse por las críticas, puesto que los artistas rara vez distinguen sus obras conseguidas de las que no lo son, y eso inflamó la pólvora. La apagamos a trancas y barrancas, pero el momento era grave. Tal vez yo fuese sincera en lo que estaba diciendo, a pesar de todo. Por ejemplo, tengo una cabeza de piedra esculpida por Modigliani, de la que no me separaría ni por cien libras esterlinas, ni siquiera en aquel instante de pánico: alejé esa cabeza de un rincón consagrado a los viejos restos, y me trataron de idiota por haberme tomado el trabajo de llevármela.
(...)
Nada humano, salvo la maldad, falta en esa piedra. Tiene una esquirla que asusta sobre el ojo derecho, pero puede soportar algunas esquirlas. Me dicen que nunca fue concluida, que nunca lo será, que no vale la pena concluirla. (...) La cabeza entera sonríe plácidamente, en contemplación ante el conocimiento, la locura, la gracia y la sensibilidad, la estupidez, la sensualidad, las ilusiones y las desilusiones. (...) ¿Para qué va el artista a denunciar semejante obra? (...) Nunca me separaré de ella, a menos que no sea para un poeta. Él encontrará en ella lo que yo no encuentro y el infeliz artista no tendrá elección por lo que a su inmortalidad se refiere.


Crónicas de Beatriz Hastings (Alice Morning), amante y modelo del pintor Amadeo Modigliani. Las escribió en París a principios del siglo XX para la revista The New Age, donde también publicaron Chesterton y Wells.