miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Una biografía es una ficción basada en documentos?

Quien desea escribir una biografía, precisa contar con ciertos recursos y herramientas. Las fuentes son de gran importancia, tanto como el uso que se hace de ellas y la subjetividad de quien escribe.

Una de las cosas que marcan una diferencia entre autobiografía y biografía son las fuentes de información disponibles para contar la vida del “personaje” elegido, y cómo se sitúa el escritor ante los datos reunidos y lo que sabe.
El autobiógrafo vivió los acontecimientos de su vida, por eso los conoce. Recurre a su memoria para escribirlos y, muchas veces, reinterpretarlos: encontrar explicaciones a lo vivido y sus consecuencias, hallar un sentido a su vida, descubrir un hilo conductor que enhebre distintos hechos a lo largo de los años, que se le devele una coherencia oculta detrás de ciertas vivencias...
En cambio, pocas veces el biógrafo cuenta con su memoria para narrar la vida de otro; en ocasiones, puede recrear momentos que compartió con ese otro (Ver entrada del 1 de febrero de 2010, Una voz intensa e irrepetible, por Santiago Kovadloff).
Por lo general, carece de ese privilegio, lo que inexorablemente lo lleva a recurrir a fuentes de información externas: documentos, cartas, fotos, entrevistas, árbol genealógico, etc. para crearse una imagen aproximada del ser que habitó un cuerpo y realizó una obra. Las fuentes tienen poca vinculación con la interioridad de esa persona. Pero, a través de los datos recopilados, se dispone como un arqueólogo a descubrir o redescubrir la vida de ese ser humano y escribir su biografía. (Ver entrada del 17 de febrero de 2010, Freud, corazón, cocaína y tabaco, por Lic. Norberto Litvinoff)
Esa incursión por la vida del otro será siempre una aproximación a la verdad de esa persona, una recreación que estará atravesada por la subjetividad del escritor. Tal vez por eso, algunos consideran que una biografía es una ficción basada en documentos. Es inevitable que el biógrafo no sienta empatía por compartir un rasgo de carácter, o que no le toquen sus emociones algunos hechos o tengan un eco particular en su propia historia, o que no comparta con esa persona una manera de mirar el mundo. Esto es lo que ocurre cuando se siente admiración. Sin embargo, existen biografías que han sido escritas con el único propósito de denostar a un personaje histórico; en ellas, la subjetividad del escritor también está presente, ¿o acaso alguien lo duda?

Por lo tanto, lo primero que se plantea quien desea escribir sobre la vida de otro es: ¿qué vida deseo rescatar del olvido?, ¿qué es lo valioso de esa persona que pretendo mostrarle al mundo? y ¿qué tipo de imagen busco presentarle al lector? Al responder estas tres preguntas ya se tiene el quién, el por qué y la dirección para poder empezar la investigación.
Mecha Carreira.



Freud, corazón, cocaína y tabaco

El Licenciado Norberto Litvinoff, plantea la ajustada trama entre adicción, enfermedad, vivencias, afectos y labor profesional del célebre psicoanalista.


“Freud pertenecía a una familia de enfermos del corazón... El abuelo, el hijo y el nieto manifestaron dolencias coronarias. Su afición a la coca y al tabaco, pudieron seguramente tener que ver en su dolencia, como el mismo lo reconoce en una carta a Fliess del 18 de octubre del 1893 con referencia al tabaco: 'No tengo intenciones de agobiarte con el estado de mi corazón, ya que fumo terriblemente estos últimos días. Creo que el corazón volverá a estallar violentamente en un futuro próximo'. Un año después le escribe: 'Sobrevino una violenta y repentina afección cardiaca, sufrí violentas arritmias con constante tensión cardiaca, opresión y ardor precordial, dolores abrasadores que descendían por el brazo izquierdo, cierta disnea...'. Haciendo gala de una negación realmente conmovedora, el día de su 38° cumpleaños le escribe de nuevo a Fliess: 'No me he visto libre de síntomas ni siquiera en medio día completo... sigo sin creer que todo esto se deba a la nicotina... creo que se trata de una miocarditis reumática...'; como buen adicto, que se niega a lo que todos están viendo, Freud no quiere asociar su enfermedad a su adicción como no asociaría pocos años más tarde su 'renuncia a la sexualidad' típica también de las sobredosis de tabaco y de cocaína. En síntesis, sus síntomas cardíacos empezaron en el otoño de 1893, se vuelven agudos en los meses de abril a julio y empiezan a ceder, luego de la abstinencia, en agosto. En la superficie, sobre la cocaína, nada, pero esta disnea, el dolor anginoso, en suma la posible insuficiencia coronaria o incluso la posibilidad de una trombosis hablan a las claras de un corazón dolorido, que se expresa somáticamente, y muy posiblemente dañado irreversiblemente por substancias cardiotónicas como la coca y el tabaco. En el momento agudo padeció, durante semanas, ataques frecuentes, 'delirium cordis' (como el mismo los llamara), dolores anginosos y disneas que limitaban su capacidad psicofísica.
Siempre quedará una duda que no sabremos cómo resolver: ¿dejó Freud su adicción a la cocaína y siguió siendo adicto al tabaco, a los grandes y peligrosos cigarros que fumaba?, ¿o siguió manteniendo su adicción por varios años, tanto la nicotínica como la cocaínica, pero esta última escondida y clandestina debido a la mala fama social que ya tenía la cocaína? Lo que sí sabemos es que sus trabajos sobre la cocaína le trajeron más dolores de cabeza que satisfacciones y que nunca jamás volvió a pronunciar palabra oficial sobre ella.
Partimos de la constatación de su perfil adictivo por el uso constante del tabaco pese al conocimiento de las graves consecuencias cardíacas que le traía y que, siendo médico, no podía ignorar, ¿era el tabaco el único responsable de su afección cardiaca? ¿Era el tabaco su única adicción, su única flaqueza? ¿O habrá habido una conjunción de cocaína/nicotina, típica por otro lado, que fue en última instancia una de las responsables directas de las graves somatizaciones cardiacas que padecía y de las más graves aun que estaba por padecer?
Las somatizaciones cardiacas vuelven a aparecer permanentemente, en febrero de 1926 vuelve una intensa crisis cardiaca que lo hace ser internado en Cottage Sanatorium, es atendido por el cardiólogo Ludwig Braun. El 5 de septiembre de 1933 aparece un shock de taquicardia y dolor precordial, que al decir de su médico Schur era: 'una insuficiencia coronaria, sin poder excluir la posibilidad de una trombosis coronaria...'. Finalmente, en una carta del 25 de octubre, escribe Freud: 'Puedo volver a trabajar otra vez, pero aun no puedo subir escaleras. Creo que he adquirido el derecho a una muerte cardiaca aguda. Las posibilidades no son del todo malas. Fue una trombosis coronaria. Pero aun estoy vivo. Como no fumo, no escribiré nada, excepto cartas'.
Cada uno de estos episodios cardiacos remiten a situaciones puntuales y sumamente dolorosas de su vida personal: la ruptura con Fliess, su 70° cumpleaños, el advenimiento del nazismo. Todo esto lo he desarrollado extensamente en mi libro Psicoanálisis del Enfermo Cardiaco (Ed. Homo Sapiens) y creo que me da cierto derecho a sostener el importantísimo rol del padecer cardiaco de Freud a lo largo de toda su vida y aun más, la estrecha vinculación con su adicción al tabaco, a la que se suma la adicción a la cocaína que, como ya expliqué, sabemos del comienzo, pero no sabemos con propiedad cuándo terminó, cuándo le puso fin, si es que le puso fin al uso de la cocaína en algún momento de su vida.



Fragmento del Ensayo Los problemas cardíacos de Freud y su adicción a la cocaína y al tabaco, del Lic. Norberto Litvinoff. Psicólogo.
Link:
www.sexovida.com/psicologia/freud5.htm

lunes, 1 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martínez en la memoria de quienes lo conocieron y admiraron

"Sufrió el silencio de los academicistas de la literatura y la quema de sus obras durante la dictadura militar", sintetiza Osvaldo Bayer, "tuvo el coraje de describir ciertos crímenes de la sociedad establecida, como el asesinato de prisioneros políticos en (la ciudad de) Trelew (en 1972). Esto bastó para que tuviera que exiliarse del país. Ese libro fue quemado por el régimen uniformado". Y, por otro lado, pese a que las obras Santa Evita y La novela de Perón demostraron que Eloy Martínez era un "escritor brillante, quizás uno de los más brillantes de su generación, los academicistas nunca lo colocaron en ningún pedestal".


Una voz intensa e irrepetible
Por Santiago Kovadloff

Lo recuerdo en una vieja plaza de Buenos Aires mientras hamacaba a su hija. En Lisboa, cuando bebíamos juntos un vino lento. En Tel Aviv, mientras leía un fragmento, inédito todavía, de su Santa Evita.
Lo recuerdo en Maryland mientras discutía acaloradamente acerca del papel de los intelectuales en los años del Proceso Militar.
Su palabra fue constante y fructífera en las reuniones sucesivas del Foro Iberoamérica: en la Ciudad de México, en Buenos Aires, en Bogotá. Hombre de letras de pies a cabeza. Escritor cabal en todos los géneros que supo hacer suyos: la crónica, el artículo, la novela.
El tono de su voz perdurará en mi memoria. La huella que dejó en su alma y en sus ojos la muerte de su mujer. El mismo empezó a morir en el instante atroz en que perdió a Susana. Pero el silencio no devoró su agonía. Por el contrario: el dolor potenció su expresión. Se pronunció hasta el final. Enfermo, supo infundir a todo lo que escribía la intensidad de lo vivo. Lo admiré aun antes de conocerlo. Su relato del encuentro que mantuvo con Martin Buber iluminó mi comprensión del gran pensador judío.
Tomás fue un notable pintor de atmósferas. Lo fascinaban las singularidades, lo irrepetible. Sabía fijar en expresiones únicas el flujo del tiempo que no vuelve. Ilustró con fervor su creencia de que era en la ficción donde los hechos del pasado recobraban la intensidad y la elocuencia que el transcurso del tiempo les arrebata.
El azar nos llevó a coincidir en numerosas circunstancias. No fuimos amigos íntimos pero celebramos siempre nuestros encuentros casuales mediante complicidades momentáneas y una cordialidad sostenida.
Me alentaba sin cesar a difundir mis ensayos en Europa. Se rebelaba contra cierta indolencia mía en la materia. Yo, a mi vez, le reconocía una vitalidad, en ese tipo de emprendimientos, de la que me sentía y me siento francamente privado.
A fuerza de cruzarnos en tantas latitudes, confiaba hasta hoy que volveríamos a vernos. Ahora sé que no. Que ya no.

Link: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1228320&pid=8225003&toi=6261



La voluntad sobrehumana para escribir hasta el último segundo
Por Jorge Fernández Díaz

Lo conocí personalmente hace mucho tiempo, cuando acababa de terminar Santa Evita, pero era mi ídolo total en los 80, cuando leí su obra maestra: Lugar común la muerte, y también La Novela de Perón, que aparecía por entregas en el semanario político El Periodista. Siempre creí, y Tomás terminó aceptándolo, que La Novela de Perón y Santa Evita formaban una sola obra en dos actos. Ese libro monumental, que se publicará alguna vez, noveliza nada más y nada menos que la historia mítica del peronismo. Perón, Evita y López Rega (Lopecito) son en ese libro fundamental de la literatura moderna, personajes ficcionales inventados por Tomás Eloy Martínez. Y son, a la vez, acaso más verdaderos que las figuras auténticas puesto que suele haber más verdad en la ficción que en la realidad.
Al llegar a su departamento de la avenida Pueyrredón lo abracé y le di un beso y me senté, simulando, con verborragias optimistas, que su postración no me impresionaba.
(…) Hablamos de títulos: Tomás sabía perfectamente por qué La Casa pasó a llamarse Cien años de soledad, cómo la editorial desechó el título que Vargas Llosa traía y le impuso La ciudad y los perros. Tomás fue un gran estudioso del boom latinoamericano, se codeó con los grandes titanes literarios de la región y conocía los secretos de todas esas novelas. Le recordé que Santa Evita no se llamaba de esa manera mientras él estaba escribiéndola. "Es cierto -me dijo-. Pero olvidé qué título le había puesto". Yo no lo había olvidado: La Moribunda. Me miró como si repasara una y otra vez esa palabra. Supe en seguida lo que estaba pensando en aquella dolorosa tarde de enero.
Luego charlamos un rato largo acerca de El Olimpo, una novela corta que escribía por encargo de una prestigiosa editorial inglesa. Me contó que la novela tendría tres niveles: el Olimpo de la mitología griega, el uso del Olimpo por los nazis y finalmente el centro clandestino del barrio de Vélez Sarsfield que abrió la última dictadura militar argentina. "Las historias se entrelazan hasta el final", susurró. Luchaba todos los días, en medio de su tempestad, para poner el punto final antes de morir.
Los escritores no miden su futuro por la cantidad de viajes, mujeres, ratos o adquisiciones, sino por la cantidad de libros que no podrán escribir. "¿Qué vas a hacer después de El Olimpo?", le pregunté con ingenuidad.
Quería hacer un ensayo sobre todo lo que había aprendido alrededor del difícil arte de escribir. Y me narró, como tantas veces, el libro pendiente por dentro. Cómo tomaría de base varias clases que había dado en distintas universidades norteamericanas a lo largo de más de 30 años y cómo contaría allí que Borges era un periodista de alma aunque no lo sabía.
(…) El se pasó la vida buscando la gloria literaria sin darse cuenta de que ya la tenía. Esa búsqueda seguiría hasta el último minuto. Con el último aliento escribiría lo de siempre: una línea más. Una más.


Link: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1228314


Notas publicadas en el diario La Nación, el día 1 de febrero de 2010 con motivo del fallecimiento del escritor Tomás Eloy Martínez.